Recientemente el gobierno de la Nueva Mayoría logró aprobar en el
Congreso nacional su reforma al sistema educativo chileno. El objetivo de esta
reforma apunta casi exclusivamente a los llamados colegios particulares
subvencionados, que como su nombre lo indica reciben una subvención del Estado
financiada mediante impuestos generales. Esta subvención es una especie de
variante del llamado “voucher” o “cheque escolar” concebido por el economista de
la Universidad de Chicago Milton Friedman para financiar los estudios de los
niños pero desligando al Estado de la gestión y administración directa de los
establecimientos educacionales.
La idea era que el Estado entregaría a cada familia un voucher o “cheque
escolar” por un monto determinado de dinero, con el cual cada familia elegiría
un establecimiento educacional de propiedad privada para sus hijos entre la
oferta disponible, con lo cual supuestamente se produciría una “competencia”
entre establecimientos por captar la mayor cantidad posible de niños y de esta
forma los establecimientos “buenos” serían premiados al ser más preferidos por
la demanda de las familias, y los establecimientos “malos” serían castigados al
ser menos preferidos por la demanda de las familias.
Esta idea es la base que había detrás de la reforma educativa que
impulsó el gobierno militar en los años 80. El objetivo era desligar al Estado
de la gestión y administración directa de los establecimientos educacionales y
en su lugar limitarse a entregar financiamiento en forma de subvención para que
las familias eligieran directamente establecimientos privados. Por otra parte,
también se buscaba ampliar la cobertura al permitir una mayor participación del
sector privado en la educación escolar, y además también resultaba más barato
para el Estado financiar mediante subvenciones establecimientos privados en vez
de gestionar y administrar directamente establecimientos estatales.
Este sistema fue profundizado por los gobiernos de la Concertación
después del retorno a la democracia en 1990. Pero llegados a este punto es
conveniente destacar algunas particularidades de la aplicación de la idea de
Friedman al caso chileno. En primer lugar, el voucher o “cheque escolar” en
realidad no se entrega a las familias para que estas paguen con él al
establecimiento elegido por ellas, sino que el Estado lo entrega directamente a
los establecimientos como subvención en función de la cantidad de alumnos que
asisten a clases. Puede que esto libere a las familias de tener que entregar el
voucher en los establecimientos ya que el Estado lo hace por ellas, pero crea
un mal incentivo ya que algunos establecimientos falsean la cantidad de alumnos
que asisten a clases para no dejar de recibir la subvención, que al fin y al
cabo es una cantidad de dinero útil para los establecimientos. Por supuesto que
esto no es la regla sino la excepción, pero son estos casos puntuales o a veces
no tan puntuales los que pueden dañar la reputación del conjunto de los dueños
de los establecimientos privados. La llamada falacia de composición en que se
identifica al todo con una parte es bastante habitual en Chile.
En segundo lugar, la idea de Friedman se supone que llevaría a la
formación de un “mercado educativo” de establecimientos privados que
competirían por captar la mayor cantidad posible de alumnos, y de esta forma
los “buenos” establecimientos dejarían atrás a los “malos”. Pero aquí cabe
hacerse las primeras dos preguntas: ¿Qué se supone que es un “buen
establecimiento”? ¿Y qué se supone que es un “mal establecimiento”? Si se está hablando de un mercado de
establecimientos, ¿qué es exactamente lo que esos establecimientos “venden”?
Se sabe que al terminar la enseñanza media y al terminar cada curso los alumnos
reciben un certificado de estudios que acredita que cursaron esos estudios en
el establecimiento en cuestión. Cursar estudios para estos efectos consiste en
aprobar con nota mayor o igual que 4,0 una serie de asignaturas determinadas en
un plan de estudios impuesto por el Ministerio de Educación y que los
establecimientos deben impartir obligatoriamente. Si un alumno aprueba con
dicha nota todas las asignaturas se dice que “pasó de curso” (misión cumplida).
Entonces, ¿lo que venden los establecimientos es un certificado de papel? ¿Qué
otra cosa podrían “vender”? A fin de cuentas un certificado de papel es un
objeto tangible escrito con tinta, de forma tal que el “cliente” al ver escrita
la tinta en el papel puede sentirse satisfecho con el “producto” que adquirió. Fuera
de esto, no queda del todo claro qué más es lo que “venden” los
establecimientos educacionales. Y no queda claro porque en caso de que vendan
algo más que un certificado, ese algo más no es tan identificable a priori.
En tercer
lugar, la idea de Friedman se supone que ampliaría la “libertad de elegir” de
las familias. Pero, ¿qué es exactamente lo que están eligiendo? Si se examinan
los “productos” comprados a los establecimientos y se los compara entre ellos,
no se apreciarán grandes diferencias en la escritura de la tinta, ya que los
estudios cursados en cualquier establecimiento son los mismos que impone el
Ministerio de Educación. Donde se pueden apreciar diferencias es en el nombre
de los establecimientos que sí son distintos entre ellos. Entonces, ¿las
familias están eligiendo entre establecimientos con nombre distinto pero no
entre planes de estudios distintos? ¿Y qué es lo que hay de distinto entre cada
establecimiento aparte del nombre y de la ubicación geográfica? Aquí pueden
surgir múltiples diferencias, entre las cuales pueden nombrarse los profesores
de cada establecimiento, la infraestructura, la disciplina dentro de cada
establecimiento, etc. Todas son características que no se pueden apreciar en un
certificado de papel escrito con tinta, que se supone que es el “producto”
tangible que se está comprando. Pero ya se vio que el producto tangible que se
está comprando es prácticamente el mismo independiente del establecimiento que
lo entrega, por lo que hay que buscar alguna otra diferencia como para que se
pueda hablar de un “mercado”, porque ¿qué otra cosa se hace en un mercado que
no sea ajustar y acoplar la oferta a la demanda? Para que tenga sentido hablar
de demanda tiene que existir una amplia gama de preferencias distintas entre sí
de forma tal que la oferta se acople y ajuste a esas preferencias distintas. Y
hemos visto que esas preferencias están relacionadas en principio con
características tales como los profesores, la infraestructura, la disciplina,
etc.
Todo esto
revela un tipo mercado muy particular, ya que al no existir diferencias en los
planes de estudios, las diferencias terminan siendo otras características como
las que mencionamos anteriormente. ¿Habrá sido este el tipo de “mercado” que
imaginó Friedman en su ensayo The role of government in education (1955)? En dicho ensayo Friedman desarrolló y
expuso su idea del voucher educativo. Friedman imaginaba un mercado, pero en su
ensayo no queda claro qué es exactamente lo que se compra y se vende en ese
mercado. En su ensayo Friedman afirmaba “Hagamos que el subsidio esté disponible
para los padres sin importar donde envíen a sus hijos –siempre que sea para
escuelas que satisfagan estándares mínimos especificados—y una amplia variedad
de escuelas aparecerán para satisfacer la demanda”.
La misma omisión de Friedman ha estado presente durante todo el pseudo
“debate” por la llamada reforma educacional. No queda claro en absoluto qué se
entiende por “educación” ni tampoco qué se entiende por “calidad de la
educación”. El año 2011 durante las movilizaciones estudiantiles de la CONFECH
el sector educativo particular subvencionado, asociado con el “mercado de la
educación”, fue seriamente impugnado haciendo hincapié en sus características,
tales como la segregación (totalmente esperable en un mercado de cualquier
tipo, sólo que se le suele llamar segmentación),
la posibilidad de cobrar un monto por sobre la subvención, también llamado
“copago” (totalmente esperable en un mercado), la disociación entre el costo
del producto (en este caso el copago o diferencia sobre la subvención) y los
puntajes de los tests estandarizados (un copago más alto no necesariamente
conlleva puntajes más altos), y la posibilidad de los establecimientos de
seleccionar a sus alumnos (también totalmente esperable en un mercado), entre
otros. Para empeorar las cosas, el año 2011 sectores que se identificaban con
la llamada “clase media” se mostraron proclives a las demandas de la CONFECH, y
tres años más tarde, el año 2014, en medio de la discusión legislativa sobre la
reforma educacional que recogía las mismas banderas de la CONFECH, esos mismos
sectores de “clase media” se mostraron contrarios a dicha reforma e incluso
salieron a marchar a las calles imitando a los estudiantes que apoyaron hacía
tres años. Estuvieron de acuerdo con las premisas pero no querían aceptar las
consecuencias. En una increíble muestra de confusión utilizaron el slogan “queremos reforma pero no de esta forma”,
sin especificar en ningún momento cual era la reforma que querían y de qué
forma la querían.
Y aquí es donde llegamos al porqué del título de esta entrada de blog.
Toda la reforma educacional está centrada en el sector particular que recibe
subvención estatal pagada con cargo a impuestos generales, es decir, financiada
públicamente ya que el dinero es fungible (los impuestos pagados por cualquier
contribuyente en principio financian cualquier actividad o prestación del
Estado). Y es precisamente este financiamiento público el ariete discursivo con
que se han justificado las medidas que se pretenden implementar. El
razonamiento es más o menos el siguiente: “Dado
que hay colegios que se financian públicamente entonces se les exigirá
condiciones adicionales para seguir recibiendo dicho financiamiento o de lo
contrario dejarán de recibirlo”. ¿Era esto lo que imaginaba o esperaba
Milton Friedman con su idea del voucher? Claro que no. Era todo lo contrario.
Friedman esperaba reducir la intervención del Estado en la educación, como lo
dejó claro en las conclusiones de su ensayo The
role of government in education”: “El resultado de estas medidas sería una
considerable reducción en las actividades directas del gobierno, además de una
gran expansión de las oportunidades educativas abiertas a nuestros niños”.
Y es que la
idea de Friedman, para que funcione bien, requiere que sea aplicada en un
contexto político y sociocultural en el cual haya poca tentación de utilizar el
poder del Estado para intervenir y controlar más a los establecimientos
educativos de propiedad privada, porque en caso contrario, o sea si hay una
tentación creciente de utilizar el poder del Estado para intervenir y controlar
más a esos establecimientos, el voucher de Friedman es un pretexto adicional
para intervenir y controlar más, ya que el financiamiento público implica que
es un problema público y no privado. Al comienzo de su ensayo Friedman se
refería a esto cuando señalaba “En lo que sigue, asumiré una sociedad que
toma la libertad del individuo, o más realistamente de la familia, como su
objetivo último, y busca avanzar en este objetivo confiando primariamente en el
intercambio voluntario entre los individuos para la organización de la
actividad económica”. No es de extrañar que los colegios particulares
que no reciben financiamiento público no estén expuestos a una mayor
intervención y control. En realidad, es difícil que esos colegios privados sin
subvención sean intervenidos y controlados ya que los mismos políticos de
izquierda y derecha envían a sus hijos a esos colegios, pero en la discusión
pública no es necesario que se opongan a la intervención y control debido a que
sus hijos estudian ahí, ya que pueden valerse del pretexto de que esos colegios
no reciben financiamiento público. Vemos cómo el voucher de Friedman sirve como
pretexto de forma doble e inversa: si un colegio recibe financiamiento público
entonces hay una razón para intervenirlo y controlarlo más, y si no recibe
dicho financiamiento, no hay razón para hacerlo.
Porque en el
fondo de lo que se trata la reforma educacional es de ejercer una mayor
intervención y un mayor control sobre los establecimientos de propiedad privada
financiados públicamente, y es el carácter público de ese financiamiento el
pretexto para intervenirlos y controlarlos más. En un contexto político y
sociocultural proclive a la intervención y el control, el voucher de Friedman
es parte del problema y no de la solución. A la inversa, en un contexto
político y sociocultural que no sea proclive a la intervención y el control, el
voucher de Friedman es parte de la solución y no del problema. Es esto lo que
no han entendido los defensores de la educación particular subvencionada. No
han entendido que el voucher de Friedman está sirviendo de pretexto para algo
totalmente contrario al fin con el cual fue concebido. En otras palabras, el
voucher de Friedman fue vuelto contra sí mismo. Así entonces lo mejor que
podrían hacer es (a) oponerse tenazmente a la mayor intervención y control o
(b) desechar el voucher y pensar en otras alternativas educativas lejos de la
intervención y el control estatal, tales como el homeschooling para las
familias que no pueden pagar un colegio privado sin subvención. Mientras no se
entienda esto, seguirá aumentando la intervención y el control estatal de la
educación valiéndose de un instrumento que ha sido vuelto contra sí mismo.
Muy bien artículo! Sòlo tengo algunos matices. Concuerdo en que el certificado de estudios no es otra cosa que un "cartòn" que dice que cursaste y entendiste mínimamente ciertos contenidos académicos impuestos por el estado, y que en ningún caso asegura una comprehensión de los mismos, y aún peor, el constatar de que muchos de los que egresan siguen siendo analfabetos funcionales, valida el argumento expuesto.
ResponderEliminarSin embargo, no serìa tan lapidaria con respecto a la escuela, esta efectivamente puede ser un lugar de aprendizaje, pero necesita urgente salir del esquema tradicional: la neurociencia es cada vez màs consciente de los mejores mecanismos de aprendizaje, y estos estàn lejos de ser los tradicionales: el alumno-estàtico que guarda silencio sin moverse de su asiento por un largo periodo de tiempo es simplemente anacrònico y surrealista. Se sabe de la importancia del "clima emocional" del aula, de la interacciòn, y el "aprender haciendo", el fomento del debate y el pensamiento crìtico, asì como las enormes ventajas de la aplicaciòn de herramientas tecnològicas y el uso de internet.
Pero comprobamos con horror, que la "Gran Reforma Educacional" lejos de preocuparse de estos aspectos, sòlo se centra en una odiosidad hacia el quehacer privado. Una meta muy simple y realista para comenzar, serìa buscar las mejores herramientas y los mejores profesionales, sobretodo en colegio municipales, para desarrollar la comprensiòn lectora. Esa sì es una brecha enorme , que los paladines de la desiguadad olvidan a conveniencia.
Con respecto a la idea de vouchers de Friedman, de seguro funcionarìa mejor si èste se entregase directamente a los padres. Otra alernativa que se me ocurre es un sistema de subvenciòn con lìmite de tiempo, idònea en aquellos casos en que el factor "capital inicial" es el obstàculo para el emprendimiento de los privados en el àrea de la educaciòn, y que tras esa ayuda inicial deberàn sutentarse por sus propios medios, cumplido el plazo.
Pero estas opciones se dan en un sistema de libertad de elecciòn y participaciòn de los privados, y eso es obviamente lo que se desea restringir, es muy incòmodo para un gobierno que desea aumentar su poder de coacciòn dejar algo tan importante como la educaciòn, en manos del mercado.
Efectivamente el paradigma de la enseñanza y aprendizaje es anacrónico y propio del siglo XIX. Desgraciadamente este paradigma no ha cambiado mucho en Chile a pesar de los avances en las tecnologías de la información y de la neurociencia. Todo eso es independiente de los vouchers de Friedman.
EliminarEl punto central es que en las condiciones actuales el voucher de Friedman se desvirtuó en Chile y pasó a ser un problema y no una soluciòn si lo que se quiere es escapar de la intervenciòn y el control del Estado. Tal como el control de precios da origen a los mercados negros, el control de la educaciòn al menos debería dar origen a escuelas libres o virtuales, pero se ve que no es el caso. Para mucha gente no es incómodo la intervenciòn y el control del Estado. Nadie o casi nadie reclama contra los contenidos mínimos obligatorios, que no son para nada "mìnimos". El Estado incluso le dice a las editoriales de libros si al período histórico comprendido entre 1973 y 1990 le tienen que llamar "dictadura" o "gobierno militar". Nadie cuestiona ni critica que el Estado pueda hacer eso, que debería ser un asunto abierto a la deliberación y no pauteado por un Ministerio.