sábado, 31 de enero de 2015

El espejismo de la igualdad de oportunidades

En el último tiempo ha surgido la discusión acerca de la supuesta falta de igualdad de oportunidades existente en la sociedad chilena. Uno de los primeros problemas con esta noción viene dado por la poca claridad que hay con respecto a su significado y sus alcances, quedando sujetos a la interpretación de cada persona o grupos de personas. ¿Qué se quiere decir entonces cuando se habla de igualdad de oportunidades?
Una interpretación común es sostener que la supuesta igualdad de oportunidades consiste en que cada persona pueda elegir su propio proyecto de vida y pueda realizarlo independiente de su origen socioeconómico. Bajo esta noción subyace una suerte de determinismo social según el cual el destino final de los proyectos de vida individuales se ve muchas veces mermado por condicionantes de origen socioeconómico. Es decir, de cierta forma se asume que independiente de la voluntad y de la determinación de aquellas personas de origen socioeconómico pobre, hay una suerte de “destino” escrito para ellas que se encargará de impedir la realización de sus anhelos y planes a través de una serie de impedimentos de carácter factual.
Entendida de esa forma entonces, la igualdad de oportunidades requeriría para su materialización de un “emparejamiento de cancha”, o sea, propiciar una intervención por parte del Estado para que las desigualdades de los resultados de cada proyecto de vida sean función del esfuerzo y el talento individual, y no de condicionantes que ponen a unos en ventaja sobre otros a la hora de desplegar sus talentos. Se dice que tales condicionantes son injustas y hasta inmerecidas ya que estarían determinadas por una circunstancia exógena, tal como es el origen socioeconómico.
Siguiendo con esta lógica entonces, el problema estaría en los privilegios de los que gozan los descendientes de las clases sociales más acomodadas de la sociedad, el cual se manifestaría (se asume) en mejor acceso a educación escolar y universitaria, y otra serie de ventajas derivadas de dicho acceso preferencial. Cabe preguntarse entonces, ¿es merecido el privilegio del que gozan estos sujetos? Si nos preguntamos por el origen del privilegio, este proviene de la situación socioeconómica de su familia, y desde una lógica libertaria esta situación podemos clasificarla como de origen legítimo o ilegítimo. El origen legítimo constituye todo aquel resultado cuya consecución se sigue de la observancia sin excepciones de los intercambios voluntarios y libres en el mercado, sin incurrir en engaño (o fraude), violencia ni error. Se incluyen también los obsequios y donaciones voluntarias. Consecuentemente, el origen ilegítimo sería todo aquel resultado cuya consecución haya implicado incurrir una o más veces en intercambios viciados por el engaño, la violencia o el error. En esto además de participar el beneficiario mismo, pueden haber participado otros sujetos coludidos con él, o incluso agentes del Estado. Un ejemplo sencillo de lo anterior sería cuando un funcionario estatal, como podría ser un burócrata cualquiera, o un ministro, Presidente o incluso un dictador, abusa del poder que tiene para favorecer los negocios de su familia y/o de sus amigos directos.
En el caso descrito anteriormente, claramente hay un “pecado de origen” en el resultado favorable del beneficiario, quien luego beneficiará a su vez a su descendencia. De aquí se desprende la regla de que el Estado y sus agentes deben ser imparciales y no conceder ningún privilegio especial a ningún particular, y que el Estado siempre debe observar la igualdad ante la ley efectiva para con todos los ciudadanos. Veamos ahora el caso en que el Estado no ha participado directamente pero si lo hecho por omisión, es decir, cuando uno o varios particulares incurren en engaño, violencia o error y el Estado no actúa para corregir algo que constituye un acto injusto. En un Estado de derecho que sea respetado, se exige el cumplimiento de reglas imparciales y que los derechos de propiedad de todos los particulares sean efectivamente respetados. La responsabilidad, entonces, le cabe tanto a quienes propician los actos injustos como al Estado que peca de omisión y no hace nada o no hace lo suficiente por enmendarlos.
Ahora vamos al caso en que el Estado ha actuado de manera imparcial y en que no se ha incurrido en engaño, violencia ni error. Es decir, se ha alcanzado una situación favorable simplemente actuando con toda transparencia y compitiendo abiertamente en el mercado respetando siempre el Estado de derecho. En este caso, desde una lógica libertaria, el resultado alcanzado NO TIENE ningún vicio de ilegitimidad, y por el contrario es un resultado perfectamente justo y legítimo. ¿Bajo qué criterio se podría reclamar entonces por los privilegios derivados de dichos resultados? Desde una ética libertaria, ningún criterio es válido para reclamar. Por lo tanto, la supuesta demanda por igualdad de oportunidades no tiene asidero bajo esta lógica.
Recapitulemos ahora y volvamos a la interpretación hecha al comienzo de la noción de igualdad de oportunidades: “que cada persona pueda elegir su propio proyecto de vida y pueda realizarlo independiente de su origen socioeconómico”. Se acaba de explicar la contingencia del origen socioeconómico. Por otra parte, el determinismo social que subyace a la demanda por mayor igualdad de oportunidades ignora casi por completo la voluntad y la determinación de las personas que parten desde una “posición original desventajosa”, casi como si no existiera o como si su existencia fuera irrelevante. Esto claramente es un sesgo de fatalismo y de pesimismo, y para peor muchas veces los deterministas sociales adoptan una actitud de compasión con los desventajados que dificilmente los podría ayudar a superar su situación. No es que por el solo hecho de tener voluntad y determinación cualquier desventaja inicial pueda ser superada. La superación de la desventaja inicial va a depender de las buenas o malas decisiones que los afectados tomen en el curso de su vida y también de una serie de imponderables usualmente conocidos como azar. Pero el punto relevante es que sin voluntad ni determinación la superación de las desventajas iniciales se vuelve prácticamente imposible, en cambio con voluntad y con determinación existe una posibilidad no despreciable de superarlas, y ese empeño puede ser exitoso o puede fallar, pero lo importante es que existe la posibilidad cierta de tener éxito. Los paladines que claman por mayor igualdad de oportunidades podrían decir que empíricamente el determinismo social está demostrado con cifras y estadísticas fidedignas, pero al hacer esto incurren en el clásico error de confundir correlación con causalidad. Como se explica en breve, la causalidad está determinada por muchos otros factores y variables que entran en juego.
Vamos ahora al asunto de la realización de los distintos proyectos de vida. ¿Cuáles son las oportunidades que supuestamente se pretenden igualar? Sería un absurdo pretender igualar proyectos de vida, por lo que la igualación se daría en el plano de la oportunidad de elegir un proyecto de vida determinado y realizarlo independiente de “desigualdades de origen”. Pero ya nos hemos hecho cargo de las desigualdades de origen y hemos explicado bajo qué circunstancias es pertinente atender a ellas, por lo que nos podemos centrar en el tema de las oportunidades en sí mismas.
La oportunidad de la que goza cada persona que conforma un grupo social es función de sus propias decisiones y de muchas variables agregadas, tales como talento y aptitud, disposición de carácter hacia el éxito o el fracaso, voluntad de poder, motivación, pereza, entusiasmo, etc., y la decisión y combinación de cada una de estas variables para cada persona, a su vez entra en juego con las decisiones y las mismas variables combinadas para cada una de las demás personas que conforman el grupo social. En un orden social donde prime la libertad individual, las personas interactúan entre ellas, y estas interacciones responden al juego simultáneo de múltiples variables como las ya mencionadas anteriormente y de las decisiones de todas y cada una de las personas, lo que configura una dispersión aleatoria de una complejidad tal que es imposible de controlar por cualquiera de las personas que participan en este orden espontaneo. ¿Cómo puede hablarse entonces de igualar las oportunidades entre sí? En su conocida obra “Derecho, Legislación y libertad”, el filósofo político Friedrich Hayek se manifiesta en contra de la noción de igualdad de oportunidades, porque considera que alcanzar dicho objetivo implicaría concederle demasiado poder a un gobierno para remediar la dispersión aleatoria que mencionamos anteriormente, y de esta forma llegar a incidir sobre cada vez más aspectos que determinan el bienestar de las personas. Hayek plantea que un gobierno puede promover una igualdad de oportunidades en cuanto a aquellas decisiones que dependen directamente de él, tales como la provisión de empleos públicos, pero que intervenir e incidir fuera de ese ámbito y más allá de él, puede llevar a demandar una intervención cada vez mayor, lo que puede desembocar en una verdadera pesadilla.
Se podría refutar lo anterior diciendo que corresponde a una interpretación demasiado “literal” de la frase “igualdad de oportunidades”. Pero aquí surge la pregunta, ¿si una interpretación tan “literal” lleva a acciones tan indeseadas como las pensadas por Hayek, entonces de qué otra forma cabría interpretar la frase en cuestión para que no lleve a acciones indeseadas como esas? ¿No será que el problema radica en la semántica misma de la frase? Si se examinan otras nociones de igualdad, tales como igualdad ante la ley o que todas las personas son iguales en dignidad y derechos, se puede constatar que lo que se pretende igualar es susceptible de ser igualado. Por ejemplo la noción de igualdad ante la ley implica que la provisión de justicia en un Estado de derecho trata de igual forma a todas las personas independientemente de su sexo, condición social, credo religioso, creencias políticas, etc. Es decir, una imparcialidad que no hace discriminaciones arbitrarias para favorecer a nadie en particular. Del mismo modo la noción de igualdad de dignidad y derechos de todas las personas también persigue una especie de imparcialidad en la valoración intrínseca que se hace de cada persona por el solo hecho de ser tal, es decir, que ninguna persona es intrinsecamente superior a otra.
Muy por el contrario, la noción igualdad de oportunidades simplemente apela a igualar algo que no es susceptible de ser igualado, ya que depende de una combinación de factores y variables que nadie puede controlar ni discernir por completo. Por lo tanto, hablar de “igualdad” de oportunidades simplemente es un espejismo, un engaño. No se puede hablar de igualar algo que no es susceptible de ser igualado, y que el solo intento de igualar puede llevar a acciones indeseables a tal punto de restringir cada vez más y más la libertad individual. Es bastante claro que la oportunidad de la que goza una persona con una extraordinaria aptitud, por ejemplo, para las ciencias naturales y que decide convertirse en un físico de profesión para realizar investigaciones, es muy distinta que la oportunidad de la que goza una persona con una extraordinaria habilidad para practicar un deporte, como podría ser Alexis Sánchez o Nicolás Massú, y que consecuentemente puede realizar una carrera deportiva con mucho éxito económico. Claramente son dos oportunidades distintas ya que su origen proviene de dos talentos y aptitudes distintas. Del mismo modo que hay personas que tienen talentos y aptitudes distintas, también hay personas que tienen motivaciones y disposiciones de carácter distintas, lo que las lleva a forjarse oportunidades distintas. Si se hace extensiva esta diferenciación a todas las personas que conforman un grupo social, queda clara la imposibilidad de igualar oportunidades que simplemente no pueden ser iguales.
Así entonces, mucho más pertinente resulta hablar de “base de oportunidades”, lo que en síntesis significa que es deseable que en una sociedad existan suficientes oportunidades de forma que nadie quede excluido de los beneficios que trae consigo la interacción social y el intercambio de bienes y servicios. El papel del Estado en este escenario, cuando más, debe limitarse a ser el de una especie de “árbitro” que fije (y vele por el cumplimiento de) ciertas reglas imparciales mínimas y necesarias para que las personas puedan desplegar sus talentos y cosechar los resultados de sus propios actos y de sus propias decisiones, sean buenas o malas. No hay mejor incentivo que el éxito y mejor lección que el fracaso para que las personas descubran por sí mismas qué es lo que más les conviene hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario