sábado, 31 de enero de 2015

Reseña de libros: Camino de Servidumbre, de Friedrich Hayek

Camino de Servidumbre es una de las primeras y más conocidas obras de Friedrich Hayek traducida a varios idiomas. Hayek es uno de los más reconocidos intelectuales del liberalismo del siglo XX, junto con ser uno de los exponentes más conocidos de la escuela Austríaca de economía.
En esta obra, Hayek desarrolla una crítica sistemática y aguda de la planificación centralizada de la economía propia de los regímenes socialistas. El autor clasifica estos regímenes y su ideología como pertenecientes, en un sentido más amplio, al colectivismo, que es una ideología que se caracteriza por encauzar los esfuerzos de la sociedad en su conjunto hacia un fin único y determinado, que suele llamársele "bien común", "bienestar general" o "interés general", que termina ignorando y sometiendo los intereses de los individuos que conforman el grupo social como un todo. El socialismo, de esta forma, solo difiere del nazismo y de otras formas de colectivismo en cuanto a la naturaleza del fin al cual está encaminada la organización centralmente planificada de la sociedad, no difiere en cuanto a estar sometida a la planificación en sí misma.
Son interesantes los antecedentes que el autor presenta sobre el origen de las ideas de la planificación centralizada, el cual se encuentra, según él, en la Alemania Imperial de Otto von Bismarck y de Guillermo I, en los tiempos de la década de 1880. Fue en Alemania donde surgieron las primeras prácticas de la planificación, extendiéndose 50 años más tarde a Inglaterra, ocasionando con ello la desaparición de la competencia en los distintos sectores de la economía y su transformación en monopolios sectorizados. En los años en que fue escrito este libro, de 1940 a 1943, la Unión Soviética era el principal baluarte del socialismo mundial, entendido en un sentido comprehensivo como la propiedad estatal de los medios de producción y su dirección centralizada desde el aparato estatal por parte de una autoridad central, o grupo de burócratas o técnicos. Si bien Hayek no alude directamente a la URSS, hace patentes las similitudes entre el nacionalsocialismo alemán y el socialismo, e incluso dedica un capitulo a explicar los orígenes socialistas del nazismo. A este respecto, es notable la suerte de "dedicatoria" que se encuentra al comienzo de libro: "A los socialistas de todos los partidos".
Los aspectos más destacables de esta obra, son la explicación que da sobre la incompatibilidad de una sociedad centralmente planificada con la democracia y con el Estado de derecho, el cual Hayek entiende en su forma ideal como el Rechsstaat, que en el sentido de primacía de la ley formal, es "la ausencia de privilegios legales para unas personas designadas autoritariamente, lo que salvaguarda aquella igualdad ante la ley que es lo opuesto al gobierno arbitrario". Así, este ideal del Estado de derecho excluye cualquier posibilidad de igualación material o sustantiva de los individuos y cualquier política dirigida hacia un ideal sustantivo de justicia distributiva.
De la misma forma, el autor explica con claridad por qué a su juicio la dirección centralizada de la actividad económica termina socavando las bases mismas de la libertad individual, ya que al designar un planificador central los fines hacia los cuales deben orientarse los esfuerzos de la sociedad en su conjunto, termina de esta forma decidiendo cuales son los medios que han de emplearse para la consecución de esos fines, con lo que se priva a los individuos de disponer de los medios que ellos mismos designarían para la consecucion de sus propios fines en ausencia de una dirección centralizada de la actividad económica. De esta forma, la planificación centralizada no puede conducir más que al establecimiento de un régimen totalitario.
Una interesante "concesión" que parece hacer Hayek es la que se refiere a los niveles mínimos de seguridad que el Estado puede garantizar a los individuos cuando se ha alcanzado un nivel de riqueza suficiente que permita proveerlos, tales como alimentación, vivienda, vestuario. Aunque advierte de las dificultades que surgen al definir cual es el límite de estos niveles mínimos de seguridad y al constatarse las diferencias entre estos minimos entre distintos países. Pero más importante que esto, es que el autor se muestra a favor de que el Estado actúe para  compensar los efectos que tienen situaciones imprevistas producto del azar tales como enfermedades, accidentes, y catástrofes tales como terremotos o inundaciones. Quizás para muchos libertarios estas concesiones que hace Hayek puedan ir más allá de lo que el Estado debe hacer, pero también cabe destacar que el autor explicita que garantizar niveles de seguridad que vayan más allá de compensar los efectos de situaciones como la descritas, inevitabemente conduce a una pérdida de libertad individual. Así, la libertad y la seguridad se presentan en una complexio oppositorum en que el aumento de una lleva a una disminución de la otra, salvo cuando se refiere a esos niveles mínimos de seguridad que pueden proveerse sin afectar la libertad.
En segunda mitad del libro, el autor expone con claridad las armas de las que se valen quienes conducen los procesos totalitarios, destacando sobre todo el uso deliberado de la propaganda y el socavamiento de la verdad, en que el lenguaje es expoliado y las palabras pierden su significado. Algo de eso se ha visto en Chile desde el año 2011 con la satanización del "lucro" y la compulsión por llamar "abuso" a cualquier situación que tan solo parezca sospechosa de serlo por el solo hecho de que participen en ella agentes del mercado. También se explica con gran claridad por qué los peores elementos de la sociedad son los que quedan al mando de los procesos totalitarios, ya que el colectivismo se vale y necesita del poder para llevar a cabo sus fines y no puede escatimar en los medios de los que dispone, incluído el individuo mismo, que puede pasar a ser otro medio más para un fin.
Antes de terminar, Hayek advierte los peligros que vislumbra de que Inglaterra pueda llegar a transitar por el mismo camino que transitó Alemania dos o tres décadas antes hacia el totalitarismo. Este camino sin duda es el Camino de Servidumbre que da su nombre a este gran libro. En el capítulo final, el autor expresa sus esperanzas de que se establezcan organizaciones internacionales que logren promover la cooperación económica y al menos contrarrestar las posibilidades de que surjan nuevos conflictos bélicos como los que Europa y el mundo entero ya habian atravesado y aún estaban atravesando en los días en que fue escrito este libro.
Hoy en día, el significado del socialismo ha mutado y ha pasado de ser la abolición de la propiedad privada y el monopolio de los medios de producción bajo la dirección centralizada del Estado, a ser la expropiación de las rentas derivadas del uso de los medios de producción para su posterior redistribución con el propósito de lograr una "justicia distributiva", lo que comúnmente se conoce hoy como "socialdemocracia", ya que es una forma de socialismo que se vale de medios democráticos y no de medios totalitarios para la concreción de sus fines. Si bien la idea de la planificación central de la economía y la figura misma del planificador central ya están practicamente obsoletas, y si bien los regímenes que más se han acercado a la materialización de esa idea y de esa fugura, como la URSS y los socialismos reales de Europa oriental, colapsaron a fines de la década de 1980, ello de ninguna manera resta valor al gran aporte de este libro a la defensa de la libertad individual y a la férrea oposición a cualquier intento de organización deliberada de la sociedad que pueda conducir al totalitarismo. La frase que mejor sintetiza la idea que subyace en toda la lectura de este libro es "la libertad individual no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera".
Sin duda, este libro es un clásico de la libertad que todo liberal debiera considerar para su lectura.

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